El autor
llega con su familia a Arezzo antes del mediodía, en busca del castillo
renacentista que Miguel Otero Silva había comprado, la esposa del autor y sus
tres hijos se sentían muy felices de conocer a los fantasmas.
Ingresaron en
el castillo que era inmenso y sobrio, Miguel había restaurado la planta baja
por completo, por lo que se veía muy bonito.
Cuando llegó
la noche escogieron dormir en el primer piso en una habitación muy cómoda y los
niños se acomodaron en una habitación a lado de sus padres, todo parecía muy
tranquilo, pero grande fue su sorpresa cuando al despertar se estremeció porque
sintió el olor de fresas recién cortadas y vio la chimenea con las cenizas
frías y el último leño convertido en piedra, y el retrato del caballero triste
que nos miraba desde tres siglos antes en el marco de oro. Pues no se
encontraban en la alcoba de la planta baja estaban en el dormitorio de
Ludovico, bajo la cornisa u las cortinas polvorientas y las sábanas empapadas
de sangre todavía caliente de su cama maldita.
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